Aunque todavía era posible ver a una
tímida Luna, los primeros rayos del alba ya habían entrado en escena. Aquellas
no eran horas para merodear por allí, la carretera que cruzaba aquel árido
paisaje estaba desierta, casi por completo. Una alargada silueta atravesaba la calima a toda velocidad, las manos que sujetaban el volante bien sabían que detenerse
no sería una opción. Su juicio estaba nublado por completo, los tambores no
dejaban de resonar en su cabeza. Ajeno al peligro que se alzaba ante sus propios
ojos, el temerario conductor cerró los ojos por un momento con una inquietante
tranquilidad. La locura no era la única causa de sus delirios, algo más había
empezado a correr por sus venas sin control.
Las millas se sucedían una detrás de
otra, parecía que ningún obstáculo pondría fin a aquel disparate, un viaje
absurdo con la muerte como único posible destino. Pero, ¿de qué estaba
huyendo?, sólo él podía saberlo con certeza. ¿De la muerte, tal vez?, no eran
pocos los que habían puesto precio a su cabeza. Llevaba años tentando a la
suerte con sus turbios negocios, las mismas
drogas que ahora nublaban su mente tenían la culpa. ¿Del vicio, entonces?, la
adicción había domado su voluntad hacía años. Quizá aquello fuera razón
suficiente para muchos, no para él, había elegido libremente aquel camino. ¿Podría
ser por amor?, ese mismo amor que tanto había envenenado su alma, mucho más que
cualquier otra sustancia. Sin embargo, y a pesar de la
intensidad de aquella pasión, de todos los momentos compartidos, ella siempre fue
la última de sus prioridades. Nada de aquello tenía que ver, ¿es que acaso tenía que
haber algún motivo? Si aquel trayecto era un sinsentido era, precisamente,
porque no había ninguna razón.
La vida para él era poco más que un
juego, una continua partida de cartas, nunca se había tomado nada con seriedad.
Los últimos años se había dedicado a tomar errores por decisiones, pero era lo
único que le hacía sentirse vivo. ¿Qué importaba todo lo demás?, hacer lo
correcto era demasiado aburrido, ¡aquello sí que sería echar a perder su vida! No
era sólo aquel viaje, su vida entera no tendría más destino que su propia locura. El
camino era ahora un callejón sin salida, y el final parecía estar muy cerca. Los
dados estaban en el aire, y el redoble de los tambores era cada vez más
intenso. Si todo tenía que acabar, ¿a quién le importaba?, su trastorno le había devorado hacía ya mucho tiempo. Pero el apetito
de su demencia era voraz, y no iba a saciarse sólo con él. El asiento del
copiloto no estaba vacío, también aquella joven aterrorizada sería víctima de
su locura.
Foto: Pulp Fiction (1994) Dir. Quentin Tarantino