domingo, 22 de enero de 2017

A día de ayer

Nada más poner el pie de nuevo en aquella vieja casa, cientos de imágenes escaparon del olvido para invadir su mente. Y aunque ya nada fuera como antes, tenía la extraña sensación de que aquel lugar seguía siendo el mismo de siempre. Todo estaba revuelto, como si por allí hubiera pasado un huracán, y el negro de las paredes no se parecía en nada a los brillantes colores que un día tiñieron su vida de alegría. Sin embargo, podía respirarse algo en el aire que le hizo volver atrás en el tiempo, pasando por alto que los años, y tal vez algo más, le habían robado lo que un día fue su vida.
Las risas inocentes de sus hijos se escuchaban en cada uno de los rincones de la casa, y el suelo parecía crujir al ritmo de sus primeros pasos. Aquello le pareció tan real que, sin darse cuenta, comenzó a correr por el pasillo como un niño más, con la esperanza de que los suyos podrían estar al doblar la esquina. Cuando vio que allí no había nadie, su ilusión se esfumó tan rápido como le había invadido, pero el delirio volvería de nuevo al escuchar la tierna voz de su esposa bajando desde el piso de arriba. Subió las escaleras de madera como una exhalación, soñando que cada escalón que subía le acercaba más al amor de su vida. Una vez más, la realidad acabó de un plumazo con la fantasía. Su antigua habitación estaba vacía, fue entonces cuando comprendió que su pasado ya no iba a volver. Abatido por completo, su mirada se perdió en el infinito, hasta que sus ojos dieron con una imagen desoladora. A través de los cristales rotos de la ventana, pudo ver que todo a su alrededor eran cenizas, su antigua casa era la única que todavía quedaba en pie.
Su corazón se negaba a aceptarlo, pero la dura realidad era que ya nada volvería a ser igual. El pasado había atrapado para siempre a su vida, junto a todo aquello que una vez amó. Habían pasado más de diez años desde que dejó su hogar, por culpa del egoísmo de unos hombres que, irónicamente, fueron los primeros en caer en aquella guerra que acabó con el mundo. Todo parecía haber llegado a su fin, al menos para él, pero tal vez todavía hubiera un pequeño hueco para la esperanza, al igual que entre las paredes de su viejo hogar. El futuro estaba ahora en las manos de un hombre que, aunque aún viviera en el pasado, no tenía más remedio que seguir mirando hacia delante.

Foto: El Planeta de los Simios (Planet of the Apes) (1968) Dir. Franklin Schaffner

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